martes, 2 de agosto de 2011

LA BIBLIA COMO LITERATURA. III PARTE.

A. J. Levoratti
La primordial importancia de la lectura

Antes de hablar de un poema o de una obra literaria es necesario leerlos, no como profesor o estudiante, sino como lector. Un hermoso libro no está destinado a terminar en el estante de una biblioteca, ni tampoco en una clase de lingüística, de filología o de teoría literaria.

El paso primero e indispensable es la lectura, el contacto directo con el texto y la consiguiente reacción subjetiva de placer, sorpresa, disgusto o indiferencia frente al texto leído.
Tan esencial es esta primera etapa, que sería un error no detenerse en ella, o considerarla apresuradamente como un mero paso preliminar, que nos haga saltar enseguida a lo que importa realmente: el comentario, la interpretación o la explicación.

La obra literaria, en efecto, no es antes que nada un objeto de indagación, de análisis o de explicación, sea de carácter genético, psicológico, histórico, sociológico, estético o estructural. Más importante que cualquier explicación, y que cualquier técnica de explicación, es el contacto con el texto mismo: un contacto inmediato y vital, que se da, por ejemplo, cuando abordamos un texto poético no como un hecho que requiere explicación, sino como poema.

Aunque una aclaración nos ayuda muchas veces a comprender por qué una serie de palabras se ha constituido en una verdadera obra de arte, la poesía no se puede imponer con explicaciones. Más aún, las explicaciones sirven de muy poco si no hemos experimentado previamente, en la lectura y relectura del texto, que él nos agrada o emociona, es decir, que nos afecta personalmente. Si un poema no nos dice nada queda excluida de raíz la posibilidad de establecer una auténtica relación con él.

El análisis del texto viene después, como una actividad perfectamente legítima. Pero esa actividad fallará en su objetivo si no se basa en una lectura atenta, receptiva, y si no llega a comprender el porqué del placer, del desagrado o de la indiferencia que la lectura ha producido en nosotros; es decir, del efecto que ha producido en nosotros y no del que debería producir según las reglas del juego retórico o crítico.

Aquí es preciso señalar un principio inamovible de toda teoría literaria: resulta imposible aislar el «sentido» de una obra de su expresión verbal. En la medida en que un texto es realmente literario y no meramente informativo, puede decirse que es su propio significado. El texto no tiene un sentido separable de su expresión literaria, que pueda ser enunciado de cualquier otra manera; la forma en que ha sido expresado en la obra es de hecho el «mensaje» o el «significado» de esa obra. Como ese significado no puede encapsularse en cualquier otra serie de palabras, todo comentario debe apuntar a iluminar la obra para que el lector vuelva a ella.

La fusión de forma y sentido es más evidente aún en el caso de la poesía. De hecho, la poesía es portadora de significaciones que el discurso en prosa no logra expresar. El sentido de la obra poética está de tal manera unido a su estructura verbal, que cualquier intento de captarlo al margen o fuera de esa estructura está condenado al fracaso.

El equívoco se encuentra tal vez en la palabra «sentido». Sin duda están en lo cierto los que pretenden que todo poema tiene un sentido y esperan apropiarse de él mediante una lectura atenta. Pero el error comienza cuando se identifica la significación del poema con una idea o pensamiento desprendido de la estructura verbal que les sirve de soporte.

En el lenguaje no poético, la certeza de haber comprendido la idea coincide con la posibilidad de expresarla de distintas formas, hasta el punto de poder liberarla de toda formulación determinada. El primer carácter de la significación poética, en cambio, es por completo distinto. El sentido se encuentra indisociablemente unido al lenguaje que lo manifiesta, de manera que la poesía, para ser comprendida, reclama una afirmación total de la forma en que se expresa.

El sentido del poema es inseparable de las palabras, acentos y ritmos; sólo existe en ese conjunto y desaparece apenas se intenta separarlo de la forma que le ha dado el poeta. No es posible una distinción entre forma y contenido: lo que el poema significa coincide con lo que es, y el lector que quiera comprenderlo de veras debe asumirlo por entero, asimilarlo materialmente y percibir su poder gracias a la docilidad con que se entrega a la expresividad del lenguaje.

La significación poética se revela en el poema y solamente en él; pertenece a la categoría de lo único, y no hay palabras, accidentes o detalles que puedan cambiarse sin empobrecerla o alterarla. De ahí la necesidad de reprimir el primer impulso de la razón discursiva, que pretende traducir los versos a una forma en apariencia más inteligible. El mensaje poético no puede comunicarse por un medio distinto del poema mismo. Por eso el poema, cuando es realmente tal, se impone de una manera que impide toda metamorfosis.

Si lo significado poéticamente se identifica con su expresión y forma con ella, al menos en condiciones ideales, un conjunto indivisible, ello se debe a que el lenguaje literario o poético no desempeña el mismo papel que el del discurso ordinario.

En la vida cotidiana, el lenguaje es esencialmente un medio de comunicación. Su modo natural es la prosa, que no se somete a medidas ni a cadencias fijas. El verso, en cambio, tiene una forma de expresión artificiosa, exclusivamente literaria. Sus elementos están rigurosamente organizados según pautas de medida o extensión (el metro) y de ritmo o sonoridad.

El ritmo poético es de naturaleza sonora y consiste principalmente en la organización regular de los acentos y las pausas en un determinado número de sílabas. De ahí que para apreciar la sonoridad de algunos versos particularmente rítmicos sea necesario recitarlos en voz alta.

Con frecuencia se confunde el verso con la poesía. Esta confusión se debe a que el verso es la forma más frecuente de expresión de la poesía. Pero el verso es sólo una forma de expresión literaria. La poesía, en cambio, implica la perfecta fusión de forma y contenido. Su significación no radica en una noción más o menos separable de las palabras, que posee al margen de ellas su propia inteligibilidad.

El lenguaje deja de ser un puro medio y tiene existencia por sí mismo como conjunto de sonidos, cadencias, imágenes poéticas y valores semánticos. El lenguaje revela en la poesía su auténtica esencia.


PARA TRABAJAR EN EL TALLER.

1) Lea el capítulo 5, versos del 1 al 12, de San Mateo en distintas versiones de la Biblia y compare las diversas formas de traducir los textos, según los destinatarios a los que está dirigida cada traducción.

2) Lea y disfrute un poema de un autor clásico. Exponga qué aspectos le agradaron del texto.

3) Analice los aspectos morfológicos y sintácticos del texto anterior.

4) Descubra los diferentes significados del mismo texto.

5) ¿Cuál es, a su juicio, la diferencia entre verso y Poesía?

6) ¿Qué conclusiones obtiene usted de esta tercera parte de “La Biblia como Literatura”?

No hay comentarios:

Publicar un comentario